jueves, 22 de febrero de 2018

Como el barco de papel

Resultado de imagen para BARCO DE PAPELMe gusta el correr del agua debajo de mi pisada.

Me gusta no ser de nadie. 

Ser por el viento llevada.

Me gusta oler la distancia, delante de mi mirada. 

Me gusta que sea mi almohada, la cresta blanca de olas, al sentir la madrugada. 

Me gusta que sea mi rumbo no tener rumbo trazado.

lunes, 5 de febrero de 2018

Sur

Microcuento
Espiábamos al extranjero invasor en zona de operaciones. Como al Kursh, con un certero misil nos mandaron al fondo del mar.

lunes, 25 de abril de 2016

Cuento finalista en convocatoria de Editorial Dunken

Alas
 
La realidad me pasó por arriba.
Yo sabía poco de diseño de modas, pero me gustaba eso de dibujar ropa. La libertad del trabajo me encantaba porque, aprobado el diseño, la realidad era toda mía. Como correr a campo abierto sobre el pasto húmedo. Sólo la tela, yo y las imágenes que imprimía, mezclando colores de gotas de lluvia, pétalos de flores, hojas de otoño, mariposas, colibríes y lo que quisiera. Era una voluptuosidad burbujeante. Era extender las alas en el espacio infinito. Haber nacido para hacer lo que hacía. Siempre concentrada, casi no hablaba con mis colegas. No sospeché entonces, los nubarrones que vendrían.
La fábrica creció y contrataron una contadora, Yésica. Mujer joven, pelirroja, pulposa, ni gorda ni flaca, atrayente, con sus polleras cortitas, sus caderas ondulantes, unos ojazos negros que te recorrían por dentro y su sonrisa inocente.
 Por ser reservada, ella me eligió de confidente. Sólo hablaba conmigo. Me vi obligada a oir sus historias. Así supe que se veían con el jefe en secreto, primero en un hostal de la vuelta y luego en una casa alquilada. Ella, sin cuidarse, había quedado embarazada. Pero ellos no estaban preparados para esto. Ella enamorada, él divertido. Y se desencadenaron pequeñas grandes tormentas, en una abigarrada trenza de culpas, traiciones e ilusiones. El hombre llegaba a casa siempre tarde, ignorándola. No cenaba, se acostaba y se dormía. Ella empezó a desesperarse. Sufría las ausencias de él, cada vez mayores. Para colmo, por esos días nació el niño, pero muerto. Tuvo que tomar licencia para recuperarse y perdió contacto conmigo.
Él seguía viniendo al trabajo con normalidad, pero a veces se iba un poco antes con otra empleada, para mi sorpresa, aunque seguía con Yésica.
Yo la telefoneaba para saber cómo iban las cosas, pero sólo hallé silencio. Insistí con las llamadas pero, o nadie atendía, o atendía él y decía que ella estaba descansando. Esto se repitió por varios días y me puse como león enjaulado. Algo raro estaba pasando. Por esto, fui a la casa directamente, sin saber qué sucedería. Fue él, muy tieso, quien abrió la puerta. Le sorprendió mi llegada, pero no pudo dejarme afuera y me hizo pasar. Está en la pieza del fondo, dijo. No sé qué le pasa.
Yésica, echada en posición fetal sobre un camastro sucio, tenía los ojos cerrados y una baba pegajosa lamía su rostro y sus cabellos. Hurgué los trapos, para darle una mejor posición y descubrí espantada que no tenía control de esfínteres. Semejaba un pájaro con las alas rotas. Con veinticinco kilos menos. No sabiendo qué hacer resolví encarar al hombre, a riesgo de perder mi trabajo: ¿por qué está así?, pregunté, como un inquisidor con derecho a saberlo todo.
La fuerza de mi palabra lo tomó de sorpresa. Respondió que había tomado varios frascos de pastillas, no sabía de qué.  ¿Y Ud. no ha llamado un médico? ¿Cuántos días lleva así? ¿Quiere verla muerta, o qué?
El hombre trató de hablar con ella, que en un esfuerzo desesperado, quiso pararse y cayó redonda al piso, mientras gritaba: ¡no quiero verte más, animal infiel!
Yo estaba desquiciada, por lo sucedido. Después de levantarla dije al hombre, con toda la autoridad de la desesperación: ella no puede hablarle, ha destruido su ilusión; váyase de la casa; yo me haré cargo; me mudaré aquí para que Ud. no vuelva; lo tendré al tanto.
No podía creer lo que estaba haciendo: llamé un cerrajero y cambié las llaves de la casa.
Mansamente él se fue y yo me mudé con Yésica. La atendí hasta que pudo recobrarse.  Pero ella no era la misma, aún decía incoherencias; empezó a comer un poco, pero era un esqueleto con piel. A veces me miraba con recelo, sin reconocerme.
Pasado un mes, ella mejoró y yo regresé a mi hogar. Días después, titubeante, me llamó por teléfono. Quería avisarme que le había dado a él, las nuevas llaves de la casa. No te enojes, dijo, yo lo quiero y creo que él también.
¡Revelación de pesadilla! Volví sobre mis telas que me decían que “sólo una cosa no hay, es el olvido” (J.L.B.). Rezumando experiencia de locura, dolor y  traición, mis alas no estaban rotas, pero no eran las de antes. No eran más pesadas, sólo distintas.

 

lunes, 18 de abril de 2016

Zapatero


 ZAPATERO

Cuando las suelas
de mis zapatos se agujerearon,
mi vecino me dijo
que por ahí cerca,
un buen remendón, sólo a la vuelta,
me daría solución
para mi pena.

Presta salí a buscarlo
y a cuadra y media
hallé una cortada
que atravesaba la mitad
de una calle.
Calzada con resabios
muy coloniales,
con pedazos de piedras,
que apisonadas,
permitían caminarla.

-¿Quién las pisó antes?,
les preguntaba,
admirada de ver
sus bordes desgastados
de larga data.
-Por aquí vinieron,
me respondieron,
sufridos cargadores
de las carretas.

Transpirando la
historia llegué
al letrero
que el tiempo había borrado
casi del todo,
pero, si con paciencia
se deletreaba,
sobre vieja madera,
aún se leía
“zapatero”, colgando
de una cadena.

Casi como robando
empujé las puertas,
apenas sostenidas
por unas cuerdas.
Adentro un hombre oscuro
estaba sentado
tras una vieja mesa
también oscura
cubierta de zapatos
de todo tipo.
Y el hombre en su cueva oscura,
con sus manazas,
ciertamente curtidas, amarronadas,
tomó con ojo experto
las suelas de mis zapatos agujereadas.
Venga mañana, dijo,
son treinta pesos.

Mientras yo ya me iba
Don Casimiro, trató
de colocarlos en un estante.
Y cuando se paraba pude observarle
que una pierna tenía
sólo colgada
y un bastón le ayudaba,
por equilibrio,
a mantenerse de pie
tras su mesada.

De reojo me vio
que le miraba
y una sonrisa yerta
se atravesaba
arriba del colmillo
del lado izquierdo.

Hay gente
que sobrevive,
me fui pensando,
detrás de muchas
penas, con gran esfuerzo
y aún pueden
sonreir
sin desazones,
aceptando la suerte
que les tocara.

Quizás él fue otro más
de aquellos cargadores
que gastaron su vida con la pobreza,
para llenar bolsillos de
ricachones.
Porque era trabajador
este Casimiro.
¡No pudo hacerse pobre
sin una causa!

 

 

 

miércoles, 17 de febrero de 2016

POESIA PREMIADA


AMOR PERDIDO

En un rincón del tiempo

donde también se agazapan las distancias,

hallé tu mirada suplicante

que sin llanto lloraba

mi caricia.

 

No sé por qué el silencio

se arrebujó en las sábanas,

para que nada pasara

y el momento huyó por la ventana,

cabalgando en el rayo de luna

clandestino,

que se había arrastrado

hasta mi alfombra,

arrebatándote de mi destino.

 

Por culpa de urgencias cotidianas,

como el agua que escapa

presurosa,

entre los dedos de la mano,

dejé que fueras un recuerdo,

una huella mnemónica en mi mente ocupada

¡Y te pierdo!

 

Lo importante quedóse acuclillado,

transformado en anhelo

y ya no pude recoger las flores

en la primavera anochecida.

El otoño estaba amarillando

los prados de mi vida.

Casi al final del recorrido

me repliego sobre los pasos idos

y un dolor ensangrentado me atraviesa

para llorar aquel amor perdido.

¿Por qué? me digo.

¿Por qué lo dejé ir?

¿Por qué no está conmigo?

Y el silencio responde, enmohecido

en el rincón del tiempo.

sábado, 3 de enero de 2015

El llamado


EL LLAMADO
Cuando pasaste a mi lado
hace ya tanto tiempo,
yo era sólo una niña,
con las alas imberbes,
que alistaba su vuelo,
temerosa del viento,
del sol de los caminos,
de las noches sin luna,
del amor no nacido.
Pero escribía poesía
y pintaba paisajes
y angelitos dormidos
en pesebres vivientes.
Y tu mano maestra
siempre estaba presente
para alentar mis vuelos.
 
Entonces ya soñaba
con las lunas gigantes
de los atardeceres,
conque Dios me tomara
con su infinito brazo
y yo fuera la sierva
de todas las bondades,
atendiendo a los pobres
de ciudades lejanas,
curando las heridas
de cualquier latitud
con ninguna medida,
sólo la infinitud
de la mano divina.
 
Yo era el brazo silente
de todos los esfuerzos.
Era todas las Rosas,
todas las Catalinas.
Yo era también Franciscos
y escribía sin descanso
Cantar de los Cantares.
Con cilicios sangrantes
pasaba madrugadas
y el sueño se perdía
detrás del horizonte,
más allá de los mares;
por sobre los volcanes
de lava incandescente
mis pies no amilanaban
su intrépido pasar.
 
Perdido en el recuerdo
que los años brumaron
siempre iba de la mano
de un Dios que me guiaba.
 
La vida fue pasando
sin descansar un día.
Los hechos me llevaron
a ser una maestra
de niños y de jóvenes.
De todos esos sueños
sólo se concretaron
mis clases bien armadas
para iluminar mentes
de saberes faltantes.
Eso sí, puse esfuerzo
y noches desveladas.
Y todo mi cariño
para ser instrumento
No sé si fue bastante,
pero fue lo que hice.
 
A veces veo mis manos
por cierto que arrugadas
y el espejo devuelve
el rostro de una anciana.
Como mi padre dijo
pasando los noventa:
¿cuándo pasó la vida?
Como una luz brillante
vi que pasó muy rauda
y yo me quedé mirando
el rastro que dejara.
Pero vuelvo al espejo
Y una niña sonriente
está mirando al mundo
con las alas abiertas
para emprender el vuelo,
porque la vida es sueño,
como dijo La Barca
y los sueños, sueños son.


 

 

 

 

 

domingo, 16 de noviembre de 2014

SOBRINA

SOBRINA

El manto que te cubre,
la mano que te asiste,
la palabra que guía
y por encima de todo,
todo lo que necesites:
Ese ha sido mi anhelo
para la hija que no tuve
y siempre fuiste.

Pero de pronto el vuelo
se ha tornado caída
y ahora entiendo,
quizás demasiado tarde,
que sólo por darte,
te he perdido.

La niña ya mujer
me ha convertido
tan sólo en su acreedora
y no merezco
ni las cuatro monedas
que te cobran
por usar el teléfono.
                                                                                      
A veces, en noches desveladas
me pregunto
qué debió ser distinto,
mas no encuentro
sino el rudo silencio
y se agigantan,
las sombras de la noche,
allá en el techo.

Cuando al alba,
retomo mi desgarro,
lo acaricio,
contorneando sus bordes,
mi suplicio.
Los ojos de mi padre
en la distancia,
parece que me dicen:
Sólo estás obligada
a hacer el bien
para acrecer la energía
del universo.
Lo demás, comprende hija,
lo demás, es fortuito.
Sí, creo que debe ser así,
Pero un hueco me ha quedado dentro.



lunes, 2 de junio de 2014

Lo importante


LO IMPORTANTE

Yo siempre espío las huellas

que  vas dejando.

Pero no acierto a entrelazar

nuestras palabras.

Quizás el ciber sea el lugar ideal.

Me alegró verte de lejos,

el otro día…

 

Me convocó lo efímero del tiempo.

Vi la mirada torva de una colega,

que tanta envidia me mostró siempre,

por bajo  sus pelusas de gata persa.

 

Todo volvió a estar ahí.

En el espacio compartido de los bordes

 y el espacio vacío del medio,

que nos separaba.

Con dos escaleras en desuso,

la que yo no subí

y la que vos no bajaste.

 

Lo urgente es tal vez más urgente

que lo importante,

y lo hace parecer prioritario.

Estando ahí, me sentí

fuera de lo urgente-importante.

Sólo tengo las alas para volar lejos

o cerca, asentarme al borde de la ventana

para espiar dentro y

luego emprender mi vuelo

hasta el nido de la palmera más alta,

de cara al sol, mirando cómo corren abajo

los autos apurados de hombres apurados

en sus cuatro por cuatro. Y el chico de la gorrita

al revés, que ofrece cuidarte el auto,

para con dos monedas comprarse un pan.

 

Recuerdo mi vocación de  maestra

y volver a reencontarme con los principios,

con lo importante.

Quizás ganando menos,

quizás perdiendo más para ganar más.

Y ser dueña de volar.

domingo, 20 de abril de 2014

Homenaje pascual a los pobres


HOMENAJE PASCUAL A LOS POBRES

 

ZAPATERO

Cuando las suelas

de mis zapatos se agujerearon,

mi vecino me dijo

que por ahí cerca,

un buen remendón, sólo a la vuelta,

me daría solución

para mi pena.

 

Presta salí a buscarlo

y a cuadra y media

hallé una cortada

que atravesaba la mitad

de una calle.

Calzada con resabios

muy coloniales,

con pedazos de piedras,

que apisonadas,

permitían caminarla.

 

-¿Quién las pisó antes?,

les preguntaba,

admirada de ver

sus bordes desgastados

de larga data.

-Por aquí vinieron,

me respondieron,

sufridos cargadores

de las carretas.

 

Transpirando la

historia llegué

al letrero

que el tiempo había borrado

casi del todo,

pero, si con paciencia

se deletreaba,

sobre vieja madera,

aún se leía

“zapatero”, colgando

de una cadena.

 

Casi como robando

empujé las puertas,

apenas sostenidas

por unas cuerdas.

 

Adentro un hombre oscuro

estaba sentado

tras una vieja mesa

también oscura

cubierta de zapatos

de todo tipo.

Y el hombre en su cueva oscura,

con sus manazas,

ciertamente curtidas, amarronadas,

tomó con ojo experto

las suelas de mis zapatos agujereadas.

Venga mañana, dijo,

son treinta pesos.

 

Mientras yo ya me iba

Don Casimiro, trató

de colocarlos en un estante.

Y cuando se paraba pude observarle

que una pierna tenía

sólo colgada

y un bastón le ayudaba,

por equilibrio,

a mantenerse de pie

tras su mesada.

 

De reojo me vio

que le miraba

y una sonrisa yerta

se atravesaba

arriba del colmillo

del lado izquierdo.

 

Hay gente

que sobrevive,

me fui pensando,

detrás de muchas

penas, con gran esfuerzo

y aun pueden

sonreir

sin desazones,

aceptando la suerte

que les tocara.

 

Quizás él fue otro más

de aquellos cargadores

que gastaron su vida con la pobreza,

para llenar bolsillos de

ricachones.

Porque era trabajador

este Casimiro.

¡No pudo hacerse pobre

sin una causa!